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Florecer

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Hoy Camino ha llegado a València. Esta no es su casa, pero se siente como si lo fuera. Amigas le rodean, le abrazan y le dedican las mejores sonrisas mientras decenas de personas prestan atención a lo que dice. Bajo la tapa de la asociación feminista La Tetera, se resguarda del mal tiempo, para que la luz tenue y los colores morado y amarillo sean todo lo que vean sus ojos. Esta no es la primera vez que nos encontramos. Ya nos vimos antes, cuando nos separaban cientos de kilómetros y nos unía una pantalla. Hoy se le ha revuelto la tripa de nuevo, como siempre le ocurre cuando cuenta su historia. 

Camino llegó con la primavera, en marzo de 1983. Poco tiempo después, a los cuatro años, algo en su cuerpo floreció. Su madre detectó unos “bultitos” en sus ingles y la llevaron al hospital. Allí, en Madrid, le diagnosticaron síndrome de Morris, o síndrome de insensibilidad a los andrógenos (SIA). Había nacido con una genitalidad femenina exterior, con gónadas masculinas interiores y cromosomas XY. “Me someto a seguimiento y analíticas para control hormonal, aunque deciden dejarlo todo como está hasta los 14 años”, recuerda. Es entonces cuando los médicos deciden practicarle una gonadectomía, la extracción de sus testículos inguinales: “Lo hacen engañándome, diciéndome que me van a quitar unas hernias”. —denuncia— “Accedo, claro, pero es una época muy sensible. Mis amigas empiezan a tener la regla y me llama la atención que mis cicatrices coinciden con donde deberían ubicarse mi útero y mis ovarios”.

Un año después de su operación, sus padres se sinceran, aunque al mismo tiempo siguen mintiendo a su flor de primavera: “Te hemos vaciado. Lo que tenías no estaba desarrollado y podía generar un tumor. Nunca vas a menstruar y nunca vas a ser madre”. Jamás le dijeron que tenía cromosomas XY ni que le habían quitado unos testículos. Todo por no admitir que su hija había nacido con un cuerpo fuera de lo binario. Todo por miedo al rechazo, al descontrol, a la ruptura. Este engaño se sostuvo durante otros catorce años y sirvió para justificar un tratamiento diario de estrógenos con progesterona.

El activismo intersex internacional mantiene que este tipo de mutilaciones son una violación contra los derechos humanos y suponen una vulneración de los acuerdos internacionales sobre los mismos. Sharan Bala, activista intersex de los Países Bajos, reclama que hoy en día continúan practicándose intervenciones médicas de castración innecesarias en niños y niñas. Como Sharan o Camino, estos menores no son capaces de dar su consentimiento: “¿Cómo podemos saber cuándo es médicamente necesario?” —reflexiona— “¿Qué ocurre si un médico dice que lo es y otro que no? ¿Debe decidirlo un médico? ¿Deben decidirlo los padres porque la estética hace la operación necesaria?”. 

A Camino nunca le dijeron la verdad y le hicieron creer que era una mujer incompleta, vacía. Esas mentiras le llevaron a continuar con la medicalización de su cuerpo y a los 18 años decidió pasar por una vaginoplastia, ya que le aseguraron que su vagina era “demasiado corta”. “Al principio me plantearon un año de dilataciones vaginales para ver si no hacía falta intervenir, pero no había manera de que el tejido cediera”. —recuerda— “Después de un año de dilataciones, me bajan a quirófano para realizarlas ellos mismos y la vagina sigue sin ensancharse. Fue completamente traumático y agresivo”.

 

Finalmente los médicos acaban practicándole dos vaginoplastias. Primero le crean una vagina con injertos de su propia piel, pero no funciona y a los seis meses vuelve a pasar por quirófano. No obstante, estas operaciones están envueltas de secretismo. “Para la primera operación me dijeron que me iban a coger piel del muslo, y cuando despierto, me encuentro con que tengo los glúteos totalmente empapelados y una cicatriz enorme porque me tuvieron que coger piel de ahí”, rememora indignada. Una cicatriz que cubrió hasta los 34 años. 

Cuando sus amigos iban a verla al hospital, sus padres les contaban que Camino seguía teniendo útero, vagina y ovarios. A ella le aseguraban que no tenía nada dentro. A su hermano le decían que tan solo le habían quitado unas hernias. Al resto de su familia ni una sola palabra. Su contexto favoreció el silencio: su madre era enfermera y su padre, funcionario en el Hospital 12 de Octubre de Madrid. “Todo quedaba en casa”. —admite— “Mi madre me hacía las curas tras las operaciones y mi padre nos colaba y nos hacía las citas. Nadie se enteraba de nada”.

El SilencioCamino Baró
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AceptarseMir Abe Marinus (NNID)
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Gijs Hablous, investigador de las relaciones de poder en el marco de las personas intersex de la Radboud Universiteit, sostiene que varios médicos se consideran los únicos expertos en las experiencias intersex, y por ello tienen derecho a hacer lo que quieran con los cuerpos de bebés intersex. Pero él asegura que no hay necesidad médica en realizar ni gonadectomías ni vaginoplastias: “El argumento que más me han trasladado los médicos es que más pronto que tarde estas personas van a querer la operación, porque querrán encajar en el sistema binario. Sin embargo, no sabemos cómo será el mundo de aquí a 15 años. Tal vez será más binario o tal vez lo será menos. El médico no es quién para tomar esa decisión, y los padres de la personita tampoco”.

 

La vaginoplastia no pasó solo con dejar cicatrices físicas en el cuerpo de Camino, sino que también la marcó durante años con un estigma que dominaría su vida sexual: “Cuando me operan, me prohíben dejar de mantener relaciones sexuales con penetración vaginal, porque si paso más de tres meses sin ellas, la vagina se cerrará”. Ella admite que estas palabras condicionaron por completo su sexualidad, que vivió con miedo y sin placer: “Cuando hay tanto miedo y tanta presión, el placer sale por la ventana. Es en lo último en lo que te concentras cuando tienes una relación erótica con alguien o contigo misma”, considera.

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Jamás le contó a nadie en su adolescencia lo que le estaba pasando: “Tenía miedo, tanto, tanto, tanto miedo de que la gente descubriera que no tenía la regla”. La desesperación por mantener la apariencia, por pertenecer al sistema, era tal que cada 20 días escribía en su diario que le había bajado la regla, por si alguien se lo quitaba alguna vez. Siempre con tampones en la mochila. Siempre adelantándose a las preguntas que le pudieran hacer.

 

A pesar de su silencio, es consciente de que habérselo contado a alguien le habría ayudado, que se habría evitado “el sentimiento de soledad, de ser monstruosa”, de que nadie la iba a querer: “A mí me han robado la adolescencia. He vivido una adolescencia que no era la mía”. ¿Qué adolescencia habría vivido si no hubiera tenido que fingir que tenía la regla? ¿Si no hubiera tenido que llevar una sudadera atada a la cintura por un color rojo que jamás teñía? A Camino nunca le enseñaron a aceptarse y recuerda los comportamientos de los médicos que la atendían desde los 4 años como un abuso.

Abusos MédicosCamino Baró
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"Si de pequeñe aprendes que no estás bien, es imposible desarrollarse personalmente de forma sana, porque no tienes la oportunidad de comenzar a quererte a ti misme o aceptarte tal y como eres, o aprender que estás bien. Y eso afecta a todas las áreas de la vida, claro, en el trabajo, en los estudios, en las amistades, en las relaciones en general, y por supuesto en la vida sexual"

Tabú SexualCamino Baró
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Camino ha pasado más de la mitad de su vida sin saber cómo nació. Fue a los 28 años, y por azar, cuando leyó en un volante: “motivo de la prueba, síndrome de Morris” y tras una búsqueda en un ordenador público de una biblioteca, obtuvo respuestas a todas sus preguntas. Sin embargo, se pasó cuatro años sin asimilarlo, haciendo bromas sobre “tener más huevos” que sus amigos y sin llegar a comprender su identidad. A los 32 comenzó un proceso terapéutico con una persona que le revela por primera vez que es una persona intersex y le invita a leer su historial médico: “Según empiezo a leerlo, me mareo, no paro de llorar y me da un ataque de pánico. A partir de ahí entro en depresión, tengo que tomar psicofármacos, antidepresivos, ansiolíticos y no puedo dormir por la noche, porque el síndrome de estrés postraumático aparece con más virulencia”.

Verdad EscondidaCamino Baró
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A Camino le costó años aceptarse. Al principio se consideraba una persona con una enfermedad rara y eso le daba mucha tranquilidad, porque pensaba: ¿quién se va a meter con una persona enferma? “Tenía una interfobia interiorizada muy grande”. —reconoce— “Le temía mucho al hermafroditismo, a la androginia, a mujeres que pudieran parecer un poco hombres y en identificar en mí misma rasgos de masculinidad”.

InterfobiaGijs Hablous
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"Creo que si te ves como un paciente o como alguien con un desorden médico o condición médica, es más complicado verte como alguien con una experiencia social que también está relacionado con una identidad política, básicamente. Pero creo que esto también está relacionado con el conocimiento que hay disponible para las personas intersex y para todos nosotros. Hay una gran falta de conocimiento sobre lo que es ser intersex, sobre lo que es el género y sobre por qué decir que alguien es intersex no es lo mismo que decir que esa persona no es ni hombre ni mujer"

Camino estuvo cinco años echando raíces, empezando a encajar lo que le había pasado al mismo tiempo que se despatologizaba y trataba su depresión. A los 37 contactó con asociaciones feministas. De ahí fue a parar a asociaciones diversas, con mujeres lesbianas, bisexuales y transexuales. Allí es donde empieza a contar su experiencia, salir del armario también como bisexual y, lejos de ser rechazada, provoca más pertenencia. Su punto de inflexión fue contárselo a su pareja de aquel entonces, “un hombre cis hetero”, que acogió su historia con los brazos abiertos. Era la primera vez que dejaba ver sus pétalos y no paró hasta que todo el mundo pudiera verla: “Empecé dando charlas en institutos, a personas que estaban investigando, y un día, grabé un vídeo contando mi experiencia para Freeda”, recuerda. A partir de ese video comenzó a considerarse activista

​Sin embargo, su nuevo papel no vino sin consecuencias. De repente, cientos de miles de personas habían visto y conocían ahora su historia. “Lo disocié un poco, pero lo viví con cierta sensación de orgullo”, rememora, aunque recuerda haber sentido una contrapartida, el efecto de mujer famosa: “Había una parte de mí que quería ayudar a otras personas, pero también quería sanar una herida de invisibilidad propia”.

Últimamente Camino está más tranquila en el panorama activista. No va a la FELGTBI o a medios de comunicación. Prefiere mantenerse en lo micro, en los institutos y en charlas como esta en La Tetera. “Al final es tu historia, y cuesta hablar de ella. No me sale gratis hacerlo”, reconoce. Se hace más sencillo, igualmente, si se encuentra rodeada de personas que la entienden, que han sentido y que han vivido como ella. Le resulta más fácil si luego puede compartir una cerveza con sus amigas, si puede picotear unas papas y aceitunas antes de que lleguen las pizzas de la cena. Es en esos momentos cuando vuelve a pensar en cuando tenía 29 años y sus amigas le felicitan: “Anda que no has cambiado”. Camino sonríe, esta vez, con todos sus pétalos desplegados.

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