Colibrí
Uno de los pocos colibrís en libertad que habitan en el territorio español vive en Burgos. Tiene 65 años, el pelo rapado y vive en el monte, alejado de los humanos. Su vecino más próximo está a 500 metros, y el otro a dos kilómetros y medio. El colibrí, que lleva como nombre Asmi, reconoce que necesita esa soledad. Le acompañan perros, gatos, yeguas, burros y gallinas, pero nunca se encuentran dentro de su casa.
Asmi siempre ha sido un pájaro de pueblo. De pequeñe, vivió en el País Vasco, en pleno franquismo. Se crio riendo, estudiando y trabajando en un gran entorno familiar, sin ninguna sospecha temprana de que no era como sus compañeros de clase. No recuerda exactamente si fue a los 8 o a los 11 años, pero a finales de los sesenta, cotilleando en los armarios de herramientas del taller de carpintería de su tío, se topó con unas fotografías pornográficas donde podían verse perfectamente los genitales de unas mujeres. Al examinar su fisonomía, los dos agujeros que tenían y los labios, Asmi se dio cuenta de que su cuerpo no era así, ni mucho menos. No obstante, "¿a quién le preguntas en aquella época?”. Se quedó sin respuestas en aquel entonces. Ahora sí que conoce su historia.
Nació en un hospital en Vizcaya en 1960 y el tocólogo que atendió a su madre le comunicó que su hija era “un niño” —aunque en aquel entonces no se hacían cariotipos—, pero para que no hiciera el servicio militar, le asignaron el género femenino. “Siempre he sido una chicazo marimacho, y se me ha recriminado como un acto de rebeldía y maldad mostrarme en mi condición masculina, aunque siempre he estado en el puente”, admite Asmi. No obstante, ni siquiera elle sabía cómo definirse en aquel momento: “Franco se murió cuando yo tenía 15 años. No había otra visión del sexo más allá del coitocéntrico, endocishetero y conyugal”.
Un año después de la muerte del dictador, ingresan a Asmi, le realizan un diagnóstico erróneo de cariotipo y le comunican que es una persona XXY. Con la excusa de que le van a hacer una laparoscopia, le meten en quirófano y, sin siquiera pedir permiso a sus padres, le “cortan todo lo que pillan por dentro”. Afirman que si no lo hubieran hecho, Asmi hubiera desarrollado cáncer. Sus progenitores pasan de enfadarse a agradecerle al cirujano por haber salvado a su María Luisa, el nombre con el que Asmi se crio. “Nunca he sabido definir lo que sentí cuando me castraron. Me quitaron la fuerza, pero no son las palabras exactas. Me arrebataron la fuerza de vida”, confiesa.
Después de la operación le mandaron un consumo de estrógenos de 21 días con un descanso de 7. Generaron un ciclo menstrual en un cuerpo que “no estaba preparado para ello”. En aquel momento Asmi se rindió: “Si todo el mundo decía que era mujer, entonces es que la loca era yo”. No tenía el valor de seguir peleando por mostrarse como era, hasta el punto en el que decidió realizarse una vaginoplastia para la que no dio un consentimiento informado. Ahora reconoce que no volvería a hacerlo.
Para practicarse esta cirugía, Asmi se fue a Madrid, aunque tuvo que hacerlo sin su historial, porque su hospital en Bilbao lo había “perdido”. La primera vaginoplastia salió mal y estuvo ingresada en el hospital durante seis meses, cuatro en una cama y dos en una silla de ruedas. “Después de la primera vaginoplastia me hicieron un raspado, luego otra laparoscopia, luego otra vaginoplastia. Después de cuatro operaciones, y a los 20 años, ya tenía mi vagina”, relata Asmi. Estuvo 2 años de baja.

En Madrid continuaron diciéndole que tenía un cariotipo XXY, hasta que a los 40 años volvió al endocrinólogo porque estaba engordando mucho y ahí contó su historia de nuevo. Entonces le preguntaron si quería participar en un proyecto de investigación de la Universidad del País Vasco para estudiar su genoma entero. Solo ahí, después de 40 años viviendo y sufriendo, le confesaron que, definitivamente, era una persona XY, “un masculino normal”. “Cuando me lo dijeron, mi primer pensamiento fue suicidarme”. —confiesa Asmi— “Toda mi vida diciendo que me sentía masculino, diciéndome que soy mala y resulta que tenía razón”. Asmi tiene PAIS, síndrome de insensibilidad a los andrógenos parcial. A los 16 le habían quitado sus testículos inguinales, le recortaron su clítoris “demasiado grande” y le crearon un agujero donde no lo había. Todo para que encajara como mujer, cuando nunca se había sentido como tal.
Procesos y tratamientos médicos como la hormonación y las cirugías han dejado secuelas en Asmi, como la osteoporosis. Ahora, a nivel médico, ha aprendido a negociar, tras muchos años donde no tuvo agencia ninguna. “Ellos saben, pero no me conocen mi cuerpo. Yo lo conozco mucho más que ellos”, señala.
Es claro que Asmi no es la primera persona intersex del Estado español y tampoco lo es dentro de su saga familiar. Seis años antes que elle, había nacido su hermano José, también con características genitales externas intersex, que murió a los cuatro meses. Además, uno de sus tíos, Vicente, fue una persona intersex nacida a principios del siglo XX. Aunque no se puede determinar cuál era su condición exacta, Asmi sabe que fue PAIS. Él nació en un pueblo del País Vasco y a los 20 años, como era “Vicente”, le mandaron al servicio militar, pero “¿cómo iba a ir a la mili con tetas?”. En el hospital militar, al ver su cuerpo, le declararon no apto y volvió a su casa. “Con ese cuerpo le hubiera violado medio regimiento”, asegura Asmi.
No tenía amigos, no tenía cuadrilla ni iba a las bodegas. Era agricultor y pasaba el tiempo en el campo, en misa, jugando alguna partida “con los viejos” o leyendo novelas del oeste en casa. A los 40 años salió por primera vez del pueblo para ir a Madrid a montar una tintorería, pero en la estación de tren de Atocha le robaron todo. “Se volvió a su casa y se quedó allí hasta que murió”, recuerda su sobrina. Asmi sabe, actualmente, que su activismo habría abrasado a su tío, quien nunca se aceptó.
A día de hoy Asmi, no tiene mucha relación con su familia. Cuando comenzó a hacer activismo, se enfadaron y le ha costado muchos años aprender a volar libremente sin ellos. Cuando finalmente se borró del chat familiar, nadie le llamó ni le escribió. Todo el mundo se quedó aliviado. “No quiere decir que mi sobrina o mi hermano me llamen o me escriban de vez en cuando, pero no voy ni a bodas, ni bautizos, ni funerales, ni Navidades, ni cumpleaños. Nada”, confiesa. Cuando les pidió ayuda para cambiar su nombre por un nombre neutro, sus sobrinos y su cuñada se echaron a llorar. “¿Y para qué vas a cambiar?”, le decían. “Siempre has sido mi hermana, no voy a usar la E”, le reprochaban. “Eres el peor disgusto que me ha dado la vida”, le llegó a contestar su padre. Compartir espacio para fiesta no tiene sentido para Asmi.
El trauma médico, el rechazo social y familiar, además de muchos más factores y abusos, han hecho que necesite pasar por una terapia diversa durante más de veinte años y que aun continúa. En este punto, el activismo ha sido para Asmi la mayor terapia de su vida. La primera vez que se acercó a las asociaciones fue con 40 años. Sin embargo, cuando llegó, solo vio mujeres heterosexuales. No se sentía parte del grupo, así que se fue y estuvo varios años inactive. Más tarde, un amigo le dijo que Gabriel J. Martín, escritor y activista, iba a dar una charla en la biblioteca de Bilbao, donde contó su experiencia intersex, muy similar a la de Asmi. Al final de la conferencia se acercó a él y este le pasó el teléfono de la agrupación Familias Intersex. Contactó con ellas y nació la idea de la formación Kaleidos, la asociación española de personas intersex. “El ambiente diez años después era muy distinto, había mucha más diversidad sexual”, reconoce. Asmi ahora es vocal de la directiva.
Su activismo político le ha llevado a recorrer España con sus charlas, al Congreso de los Diputados, a parlamentos y cortes de diversas comunidades autónomas e incluso a París con la Organización Internacional Intersexual de Europa (OIIE). “Siempre he pensado, ¿para qué cojones he venido a la vida si no voy a tener hijos? Ahora sé que mi finalidad es ser activista”. —asegura— “Hay muchas formas de aportar algo a la humanidad. Esta es la mía”.

También es activismo mostrar sus cicatrices y formar parte en actos y manifestaciones culturales. Asmi participó en el proyecto Gencosmic hace más de un año, donde la artista intersex Ona realizó moldes de pubis de diversas personas para exponerlos en el hospital de Olot en Girona. “Era la primera vez que nos veíamos desnudas, con nuestras genitalidades, nuestras historias. ¿Y sabes qué es lo que más dijimos? ‘Sácanos las cicatrices’. Porque a todas nos habían rajado por dentro y por fuera”, recuerda Asmi.
Hay una fábula que cuenta la historia de cómo los animales de un bosque huyen de él cuando se produce un incendio. Mientras un tigre pide a los animales que corran, un colibrí sale y entra del bosque sin parar. Cuando el tigre le pregunta qué está haciendo, el pajarillo le dice: “cojo agua con mi pico del lago y echo el agua a las llamas, porque cada uno aporta lo que puede para apagar los fuegos”. Asmi es ese colibrí que, con sus pequeños y grandes pasos como activista, intenta construir un mundo mejor para que la estigmatización de la I desaparezca.
Tal vez no lo sepas, pero cuando das la mano o saludas a Asmi, elle está mostrándose, por fin, como es. “Asmi significa ‘yo soy’ en sánscrito y es un nombre sin género. Cuando me presento y te digo ‘Hola, soy Asmi’, te estoy diciendo ‘Hola, soy yo y estoy aquí y es lo que ves’. Te estoy abriendo mi corazón”. Con el pico cargado de agua y unos pulmones de acero, Asmi ha conseguido volar por fin a los 65 años. Ahora puede enseñarle al mundo, mientras aletea para sofocar el incendio, quién es de verdad.
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