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Granizo

La casa de D (como prefiere que le llamemos aquí) es amarilla por fuera. Para llegar a ella hay que subir cinco pisos de escaleras, sin la posibilidad de coger el ascensor. Su apartamento no es muy grande, el baño está separado de la cocina y el comedor por una cortina. Abundan los libros en las estanterías, pero no hay ninguna televisión, nunca le ha gustado. La luz del sol y el ruido de la calle se cuelan por las ventanas. Parece mentira que, tan solo quince minutos antes, haya granizado.

D tiene 36 años y siempre ha vivido en València. Se crio en la ciudad en los años noventa, y aunque en aquel momento no sabía lo que aquello significaba, le resulta curioso que ya desde pequeñe, su cuerpo y elle misme daban muestras de disconformidad con el género: “Cuando me llamaban ‘niña’, no me encajaba mucho”. —recuerda— “Tampoco distinguía las cosas que eran de niño y de niña. Mi madre me decía ‘arréglate’ y yo le cogía la ropa a mi hermano y me ponía super mono con mis pantalones”. En su sonrisa y su actitud divertida se pueden ver en D ese niñe vestide con sus mejores galas. Se puede ver, en su mirada traviesa, la certeza de su corazón al hacerlo.

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También recuerda aspectos de su infancia que mostraban que su cuerpo tampoco encajaba en el binarismo sexual. Su madre era enfermera y según le contó, cuando era pequeñe, los médicos tardaron unos días en asignarle el género y determinar su sexo. También le comentaba que había personas que nacían con los dos sexos. D tenía unos cinco años, seis como mucho, cuando aquello. “Hasta que estalló”. —explica— “Y cuando estalló lo clasificaron como enfermedad”.

La intensa granizada cayó en la adolescencia, a los catorce años, más o menos. Primero empezó la menorrea, le comenzó a salir vello por todos lados —piernas, brazos, cara— y comenzó a engordar a unos niveles “muy extraños”. Su madre le llevó al hospital. Ahí el endocrinólogo le dijo que tenía síndrome de Cushing.

Síndrome de CushingDra. Laura Cuadrado
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A partir del diagnóstico, los médicos comenzaron a realizarle una terapia hormonal “de reconversión”, como D le llama. Le daban bloqueadores de testosterona y estrógenos. “En toda esa terapia hormonal me hicieron muchas pruebas. Todos los meses perdía un día de clase por ir al médico”, recuerda. Análisis, lectura de análisis, otra prueba, otra más. Hasta que le intervinieron quirúrgicamente. “A partir de un cateterismo dijeron que no me funcionaba bien la hipófisis y me hicieron una microcirugía por la nariz para realizarme un raspado”, relata. No obstante, por alguna razón que desconoce, al despertar de aquella operación una cicatriz surcaba su abdomen. “Me dijeron que me sacaron grasa abdominal para taponar la herida de la nariz, pero no me avisaron antes”. —reflexiona— “Tengo ahí un pequeño agujerito, ¿sabes?, como que falta algo”. 

No hay forma posible de que D sepa exactamente qué pasó, qué le hicieron y cuándo. Ahora que ha comenzado un tratamiento de hormonación de testosterona, pidió sus informes hospitalarios. Sin embargo, cuando fue a por ellos, le alegaron que había habido un incendio en el hospital y los habían perdido todos. “Lo que yo pienso ahora es que nadie me preguntó”, reconoce con una risa entrecortada. En ningún momento dio su permiso, porque jamás nadie le comunicó nada: “No hay consentimiento cuando hay coacción. Era menor, me operaron a los 17 años y el tratamiento hormonal comenzó a los 14. Firmé papeles, pero la decisión no la tomé yo”, recuerda. 

Quererse era complicado en aquel momento para D. Antes de la hormonación y la operación, recuerda sentirse “mal”. Su cuerpo estaba cambiando de una manera que no controlaba, y las relaciones de su vida también: “Había mucha gordofobia y además era la racializada del pueblo. Cuando me empezó a salir más vello, me estaba convirtiendo a sus ojos en un mono, en una mujer con barba”, explica. Pero cuando empezó la hormonación tampoco se sintió mejor: “Empecé a adelgazar, se me cayó el vello, me comenzaron a crecer los pechos y aquello me hizo sentir muy incómoda, porque vi la otra cara de la sociedad. Era algo exotizado. Ser una mujer racializada en los 2000 me trajo muchos peligros”. Para elle, lo que faltó fue la pregunta: ¿qué quieres ser, chico o chica? “Hubiera dicho que sí que quería barba, que no quería pechos… Que me dejaran definirme como persona y corporalmente. Eso necesitaba”, reconoce.

Sistema BinarioSharan Bala
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"Estamos siendo obligades a vivir dentro del sistema binario desde el nacimiento. Se están tomando decisiones cuando nacemos sobre nuestros cuerpos y eso tiene un gran impacto en nuestra existencia. Estamos siendo eliminades. Nuestros cuerpos no deben vivir como son. Estamos siendo "curades" y catalogades en el género masculino o femenino. Hay personas que están de acuerdo con ello, pero otras muchas no. Depende de cada experiencia personal. No todas las personas intersex son iguales, tenemos distintas experiencias y necesidades. Y lo más importante es que nos debemos permitir vivir libremente de la manera en la que queramos vivir, sin interferencias de, por ejemplo, las instituciones médicas, que nos dicen como nuestro cuerpo debe ser y funcionar en el mundo"

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Médico y SexualidadCamino Baró
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Durante todos esos años, D recuerda una jerarquía muy clara con los médicos: “Eran dioses. Lo que el médico decía iba a misa”. Ahora ha conseguido marcar unos límites que ni elle ni muchas más personas han podido señalar antes, porque desde siempre doctores, médicas y enfermeros se han tomado la libertad de hacer lo que creían que estaba bien con su cuerpo. Como le ocurrió a Camino, la madre de D era enfermera, y aunque no sabe si esto ayudó a la medicalización de su cuerpo, sí que reconoce que favoreció al secretismo. A que no hubiera informes ni pruebas. “Hoy te vienes que me ha dicho el doctor que tiene libre de tal hora a tal hora”, decía su madre. “Me llevaban al dedillo”. —recuerda— “Ahí ha habido muchas cosas que yo qué sé… Que es mi palabra y mi recuerdo. Porque nadie de ahí se va a acordar”. O no quieren acordarse.

El secretismo en su caso ha sido especialmente intenso. Ni sus tíos, ni sus primos, ni nadie de su familia, más allá de sus hermanos, saben por lo que pasó en su adolescencia. Le dijeron que tenía una enfermedad rara, que la gente no lo iba a entender. Al final, ni siquiera elle misme sabía lo que le pasaba: “Creía que estaba enferma y que tenía un problema hormonal y podría desarrollarse un tumor. Con 15 años no te paras a cuestionar lo que te dice el doctor”, asegura.

De 13 años pasó a tener 60 y recuerda su adolescencia como si hubiera sido una persona mayor. No quería salir con sus amigos y, por si fuera poco, sus notas también se vieron afectadas. Comenzó a revelarse en las clases y contestar a los profesores. Además del instituto y el médico, D tenía que trabajar y ayudar en casa. La educación escolar, la familia, la relación con sus amigos y con su cuerpo… Todo era complicado. En aquel momento, no “tenía la cabeza para pensar en cosas de adolescentes”. La presencia constante en el médico y no haber podido responder a los “abusos consentidos” que han ejercido sobre su cuerpo desde pequeñe ha afectado a sus relaciones sexuales, a los límites que marcar y a su rol como persona “deseante”.

Hasta el verano de 2020, D no supo lo que eran las intersexualidades y seguía considerándose como una persona enferma, “un trasto, un experimento, una cosa mal hecha”. Aquel verano le dio por buscar más información sobre su condición y “enfermedades” similares. Cuando se topó con el cuadro de las personas intersex patologizadas, se dio cuenta de que todo encajaba con su experiencia. 

Gracias a incluirse dentro de la I, también pudo empezar a debatirse su binarismo identitario. Antes de aquel momento no sabía lo que era definirse como persona no binaria. Para elle descubrir lo que era ser intersex y toda la red de apoyo fue como “asumir que tengo derecho a estar en el mundo. Que tengo derecho a existir tal y como soy”. 

A día de hoy, y tras haber conocido distintas experiencias de otras personas, D dice abiertamente que es intersex, pero reconoce que el activismo le está costando más. No solo por falta de tiempo y por estar dentro de otras militancias, sino también porque en ocasiones se ha sentido alienade de ese activismo por su identidad como persona no binaria y racializada. No obstante, sigue luchando para que la legislación, la medicina y la cultura tengan un cambio real y no tan ralentizado como el que considera que están teniendo.

Tras pasar la lluvia y el granizo, el sol ilumina los dos vasos de agua sobre la pequeña mesa del apartamento de D. En sus ojos puede verse como esa persona que era en su adolescencia ha vuelto para reconciliarse con su cuerpo: “Todos esos años que has estado escondiéndote, ya puedes empezar a ser quién eres”, se susurra a sí misme. D sale del armario. Con pantuflas y el pelo rapado. Con las gafas puestas y su voz como sintonía. Por fin parece amainar la tormenta y derretirse el granizo.​​​

* Todas las imágenes utilizadas en esta página (a excepción del icono de Sharan Bala) son propias

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